Dúo madre-hija: El Intercambio de Jóvenes de Rotary es una experiencia única

Por Emanuelle Barreto, presidenta del Comité de Intercambio de Jóvenes del Distrito 4500 (Brasil) y Sabrina Barreto, funcionaria de Intercambio de Jóvenes de Rotary, ambas exparticipantes en Intercambios de Jóvenes de Rotary de corto y largo plazo

Emanuelle y Sabrina Barreto

Recibo estudiantes de Intercambio de Jóvenes de Rotary desde que mi hija Sabrina tenía un año. Tengo tres hermanas y ella fue la primera sobrina y la primera nieta de mi familia. Sabía que todo el mundo la mimaría.

Quería que tuviera hermanas y hermanos y que aprendiera a compartir, que creciera en un entorno abierto, con una mentalidad abierta, sabiendo que sus límites se extendían más allá de nuestra ciudad o nuestro país, hasta abarcar el mundo. Acoger a estudiantes de intercambio me permitió ofrecerle todo esto, y a ella, desde el principio, le entusiasmó.

Le encantaba enseñar a los estudiantes de intercambio las cosas que ella misma aprendía: a hablar y a escribir. Le encantaba compartir nuestra cultura de manera sencilla. Durante las visitas al supermercado, disfrutaba presentando a Cris, mi primera «hija» estudiante de intercambio de México, nuestras frutas locales. Yo les decía que «no se alejaran de mí» para encontrarlas minutos después en el pasillo de la fruta, riendo y pasándoselo en grande.

No solo se limitó a enseñar, sino que también aprendió a comportarse de forma educada con Seraina, la estudiante suiza más dulce que jamás hayamos conocido. Aprendió a ver siempre las cosas buenas de la vida con Tosia, nuestra encantadora estudiante de intercambio polaca, y a ser ambiciosa como Tracey, la más americana de sus hermanas estadounidenses. E incluso aprendió a ser un poco descarada con Brian, su primer hermano de intercambio. Como resultado, ahora tiene hermanas y hermanos en todo el mundo y todos los años hace viajes familiares para visitarlos.

Sabrina: Nunca fui hija única. Tuve hermanos todo el tiempo. Pero además de la habitual relación entre hermanos, crecí hablando inglés desde julio hasta octubre en casa, aprendí que la Navidad era una festividad cargada de melancolía e hice muchos viajes tristes al aeropuerto en el mes de junio. El ciclo de intercambios formaba parte de nuestra rutina.

Vi a muchos adolescentes vivir el mejor año de sus vidas, y participar en esa experiencia fue sencillamente lo mejor de mi infancia.

A los 12 años, cuando me atreví a decirle a mi madre: «Las clases de inglés no sirven para nada», no se lo pensó dos veces y me envió a Pensilvania, donde ella había sido estudiante de intercambio. Allí viví con mis abuelos anfitriones y aprendí cómo se puede formar una familia a través del programa.

Más adelante, cuando tenía 15 años, se abrió una plaza para un intercambio de corto plazo en Argentina, y aproveché la oportunidad, a pesar de que era justo antes de que tuviera programado un intercambio de largo plazo. No tuve tiempo de prepararme. Pero, en cierto modo, llevaba toda la vida preparándome.

Llegado el momento, desplegamos un mapa sobre la mesa y repasamos cuidadosamente la mayoría de los países, mencionando a cada uno de mis hermanos y recordando buenos y malos momentos que pasé con ellos. Elegí Taiwán no sólo por mi hermana Tina, sino porque sabía que siempre tendría un lugar donde ir en cualquier parte del mundo, así que mejor aprovechar esta oportunidad para irme lo más lejos posible.

La experiencia no me resultó más fácil por haber crecido con estudiantes de intercambio.

Pero sin duda, demostré más resistencia. Los primeros meses fueron duros, ya que me encontraba en una cultura nueva y completamente diferente, con un idioma desconocido. Mi madre, debido a su experiencia como madre anfitriona y funcionaria del Intercambio de Jóvenes, supo mantener las distancias ya que sabía que así me resultaría más fácil establecer vínculos con mi nueva familia.

Gracias a todo esto, me di cuenta de que me apasiona el Intercambio de Jóvenes de Rotary. Quería utilizar mi experiencia adquirida al vivir en un país extranjero y acoger a estudiantes de intercambio, así como mi formación profesional en turismo para contribuir al programa. Me convertí en consejera e integrante del comité para ayudar a adolescentes y familias que ahora viven lo que yo había vivido antes.

Todo esto me enseñó la importancia de la empatía. Por ejemplo, este año asesoré a una estudiante que siempre me decía que todo era perfecto en su vida. Cada vez que le preguntaba cómo le iba, me decía: «Oh, todo es genial, todo es estupendo. Me encanta estar aquí». Era como si nada malo hubiera pasado en su vida. Así que yo planeaba invitaciones en las que no hacíamos otra cosa que sentarnos y comer. Durante los primeros diez minutos, no decíamos nada. Pero luego, a medida que pasaba el tiempo, ella se abría y me decía: «¿Sabes lo que pasó?». Y entonces me enteraba de lo que realmente le pasaba. Hay que saber cuándo intervenir y cuándo dejar que vengan a ti. Haber estado en ambos lados de este programa me ayuda a actuar con empatía y confianza.

Tanto mi madre como yo deseamos contribuir a dar forma a las experiencias de los estudiantes y sus familias durante el mayor tiempo posible. Participar en el programa nos mantiene jóvenes, activas y entusiasmadas, exponiéndonos a un flujo constante de nuevas ideas. Desearíamos que más rotarios participaran y experimentaran la belleza del programa de Intercambio de Jóvenes de Rotary.

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